Como algunos de ustedes saben, luego de la presentación del nuevo disco en Central La Chancha hace una pausa en lo que a toques se refiere por lo menos hasta agosto.
Vale decir que ya tenemos cosas preparadas para el resto del año que iremos contando a su debido tiempo...
Los motivos de esta pausa son los viajes de Juan y Yanny.
Éste último, saben que además de tocar en la banda es un talentoso pintor y a destinado el mes de junio a embarcarse con destino a España, con sus telas bajo el brazo, para tratar de colocar sus obras por allá.
Por otra parte, Juan se encuentra con toda su familia en París, el motivo es, como hace 2 años, acompañar a su mujer en viaje de trabajo y estudios.
Desde allí, nuestro amigo nos ha mandado preciosas crónicas de sus andanzas por Francia y nos pareció bueno compartirlas con ustedes para hacer mas liviana la espera...
"Llegó la primavera"
La banlieue tiene su orgullo y es meritorio. Por eso organiza eventos barriales, publica periódicos, tiene sus propias ferias y mercados de pulgas o ferias americanas, sus campos deportivos, sus policlínicas, sus bibliotecas, sus carteleras en las esquinas.
Como para no decir que tienen algo que envidiarle al París céntrico, hacia donde se dirigen millones de miradas de turistas extasiados, combaten la indiferencia con autonomía y con orgullo, pero eso ya lo dije.
El viaje en avión será muy distinguido y exclusivo pero no deja de ser una experiencia de enlatado y de vértigo, de claustrofobia y de hacinamiento humanos a un costo altísimo, alto como el propio vuelo.
Los aeropuertos, como los shoppings y los bancos y todos los sitios "exclusivos", son lugares de fantasía, peceras donde la realidad real, que tiene de todo, no puede entrar. Sitios de ciencia ficción, hechos todos con el mismo molde, vigilados por miles de cámaras, bases espaciales construidas con materiales espejados y brillantes, a una escala que pretende hacerte sentir insignificante, (mas allá de que sea cierto), enormes templos a la globalización del tránsito humano por el planeta. De algunos humanos claro.
El avión cansa, no hay para donde moverse, las azafatas y azafatos están educados en una escuela tipo mcdonalds, son demasiados años viendo el afiche con la azafata perfecta, con el pelo planchado y la ropa impecable, el mito está demasiado arraigado.
Claro, también es una experiencia única y por la que todo ser humano debería poder pasar algún día, la sensación de levantar el vuelo y sobre todo el espectáculo magnífico de campos ciudades y mares vistos desde el cielo es algo inolvidable, único.
Pero el asunto tiene sus bemoles que no se ven en la publicdad, nuestro avión nos dejó en san pablo donde teníamos que tomar otro que, recién allí nos enteramos, también hacía escala en recife, un rato nada más. Pero en san pablo se vendieron decenas de boletos duplicados, situación que se repitió en recife, y que originó un simpático juego de las sillas, o danca das cadeiras como dicen ellos, solo faltaba la música. Resultado: cada escala duró una hora más de lo que debía, todo sea por la eficiencia.
Cada asiento tiene una minicomputadora con jueguitos, música y películas que funcionó dos de las diez horas del viaje, se reinició doce veces y no se podía apagar, era una linda companía para dormir, un ojo en LCD que no dejaba de mirarte.
Antes de bajarte uno de los speechs del avión te decía "el cliente tiene la libertad de elegir con qué aerolínea volará, gracias por habernos elegido", es la última vez , contesté yo entre dientes acordándome de la increíble rutas del sol.
Al llegar al fin a ch de gaulle te recibe la policía, de una, como cuando entrás al estadio, te hacen un par de preguntas, te dejan pasar entre un grupo de peronas que están demorados: no quiero saber ni pregunto.
Unos metros más adelante pasás por unas ventanillas, donde otro policía te atiende sentado detrás de un escritorio, "somos cuatro", le dice Aiala, el hombre mira desconcertado buscando al cuarto y entonces me doy cuenta de que Cleo es invisible para él, como en el chiste del petiso que va a la barra del bar y nadie lo atiende porque nadie lo ve.
Allí afuera, como en las pelis, nos espera francois con un cartelito que dice mi nombre, es un journalista joven que acaba de escribir un libro sobre su travesía de 5000 km en bicicleta por... china. Salimos por la autopista, yo voy adelante y cargo con la responsabilidad de llevar el diálogo, imagínense lo que será mi francés para que él mismo me diga que hablo bien je je. Hablamos de nuestras ocupaciones, le pregunto en un momento por la música, el rock, las bandas de francia, me contesta uhh sí aquí hay bandas que son famosas, cuáles le pregunto yo...ehh... silencio... no se acordaba de los nombres de ninguna!!!. así cualquiera es famoso
La autopista es linda, limpia, enjardinada, busco los cantegriles pero deben estar tapados por algún muro, no se ven, entramos en el periférico de parís, y de golpe, de un volantazo en el pacífico y pintoresco y humilde, (para estos pagos se entiende) Malakoff, que es el sitio donde vamos a quedarnos tres semanas, un barrio de casitas bajas y calles estrechas.
Después de instalarnos salimos a pasear a conocer el barrio, ubicar el supermercado, la plaza, la estación de metro; amo los supermercados de París, tienen mucha comida que me gustaría probar en envases que prometen infinitos placeres (aunque no siempre cumplan) y que seguro van a dejarme sendos ataques al hígado.
Recorremos el mercado de pulgas, los propios vecinos sacan a la calle, dos veces al año, las cositas de las que se quieren desprender, llegamos a la plaza, fuente, hotel de ville. El cielo se oscurece, caen algunas gotas que en pocos minutos se transforman en un chaparrón espantoso. Los vendedores se retiran en estampida, el puesto donde íbamos a comprar algodón de azúcar para Cleo ya está desarmado, ella llora, más agua!!, nos refugiamos abajo del techo de un carrito de salchichas, allí la convencemos de que es mucho mejor un palito de naranja que podemos comprarle allí mismo que el algodón que ya no va a tener, gastamos en él nuestros últimos 2.50 (sí, 75 pesos por un palito), el chaparrón se hace espeso y el agua empieza a correr como un río mojándonos los zapatos.
Entonces, casi a la vez, nos damos cuenta de que no copiamos el código para entrar al edificio, no tenemos plata, ni celular, ni anotamos el teléfono del dueño para llamarlo y pedirle ayuda; y estamos como a nueve cuadras de casa y llueve como la mierda. Los dueños del puesto advierten nuestra desesperación pero no pueden hacer nada y nos regalan las salchichas que no pudieron vender, son como veinte, unas amarillas, como panchos, otras casi violetas, yo no las voy a probar.
Pero para la lluvia, contamos nuestras últimas monedas, entramos a un cyber, revisamos hotmail, el teléfono de francois está en un correo, nuestros últimos treinta centimos, una llamada salvadora y a casa... al mismo tiempo que una vecina que, a fin de cuentas, podría habernos abierto la puerta igual y este drama no tendría sentido.
Desde ese momento hasta ahora no hemos parado de comer roscas, helados, donnas, galletitas con camembert, tomar cerveza y jugo de manga y el mejor vino francés y mirar cable y jugar a internet que, por si no les habíamos dicho la tenemos gratis.
bueno gratis no exactamente, saludos a todos.